miércoles, 28 de enero de 2009

La llegada de Teo a casa: el parto

En esta entrada me apetece explicar cómo fue el parto. Ha quedado muy largo, pero la capacidad de síntesis nunca ha sido mi fuerte.

El día anterior al parto había sido muy intenso a nivel emocional. Estuve en la consulta de Emilio Santos, donde había un canal de televisión grabando para un mini reportaje. Yo iba a figurar como paciente en la grabación, pero al escuchar que tenía una hija y que sentía que me habían robado el parto, me entrevistaron. Hice un relato del parto de Laia que me sirvió para exorcizarme del dolor que aún siento al recordar cómo nos trataron a las dos y de los miedos que sentía ante la llegada de Teo. Después tuvimos consulta y Emilio quería tratar los "por si acasos". Así que nos pusimos en los aspectos que podían ir mal, cómo superarlos. Incluso me habló de si se rompía una pierna y no podía acudir al hospital a atenderme. A nivel médico, Teo, que llevaba dos semanas encajado, se había salido. Yo me decía que si había encontrado el camino una vez, lo encontraría de forma definitiva. Pero salí de Urdimbre muy removida por dentro. Al llegar a casa me llamaron desde el trabajo. Un tema que me tenía colapsada, de repente se había solucionado. Ya no estaba en un limbo legal. Lloré hasta hartarme. A partir de ahí, comencé a notar un leve dolor de regla, pequeñas contracciones que me decían que el momento se acercaba, que estaba preparada para recibir a Teo.
La mañana siguiente amanecí con una fisura en la bolsa y expulsando el tapón mucoso. Tenía mis dudas sobre lo de la bolsa, quizás era sólo el tapón, así que llamé a Graciela, la matrona que en principio iba asistir el parto en casa. Me confirmó lo del tapón y me dijo que casi seguro era la bolsa. Yo estaba emocionada, aunque sabía que empezaba una cuenta atrás con tiempo máximo, al haber rotura. Quedamos en que iría a dar un paseo para ayudar a que la cabeza de Teo se encajara y que me tomaría la temperatura cada dos horas. Así que me fui a por las últimas compras para Teo, jabones, esponjas y ese tipo de cosas al supermercado. Al volver a casa estuve un rato en el comedor, donde había imaginado que sería el parto. No me sentía cómoda allí. Buscaba mi cueva por la casa y fue sencillo, la habitación. No notaba contracciones, pero aún así estuve un rato de rodillas en la cama, apoyada en la pelota de dilatación, en una postura que creía que facilitaría el camino a Teo. Me encontraba pletórica porque quedaban horas para conocer a Teo, pero algo preocupada por si no se desencadenaba el parto y teníamos que acudir al hospital. Tuve mis más y mis menos con el termómetro, la tecnología punta no es lo mío.
Teo estaba muy quieto, algo normal durante el día, pero aún así se me ocurrió acercarme a que miraran el latido. Llamé a Emilio y me dijo que fuera a la Clínica y que me hicieran unos monitores. El corazón estaba perfecto y en la gráfica se veía cómo tenía contracciones, aunque yo no estaba segura de notar nada. Nos pasamos por Urdimbre para llevar la gráfica y de vuelta a casa, en el coche, sí fui comprobando que cada cinco minutos se me ponía la barriga dura y sentía alguna molestia. El parto de Laia también comenzó de forma muy regular, con contracciones cada cinco minutos, así que no me preocupé por la frecuencia. Hasta que no fueran intensas no podía decir que estaba de parto. Llegamos a casa y Fernando acompañó a Laia a casa de un amigo. Esa noche se quedaría a dormir allí. Noté que en el rato que ultimaban qué juguetes se llevaba, mi actitud iba cambiando. Quería despedirme de ellos y que se fueran rápido, notaba que necesitaba silencio, recogimiento.
Al irse, volví a la habitación, puse la radio, cogí la pelota y volví a la postura de la mañana. Mi mente iba entrando en otro estado, aunque las contracciones eran suaves. Escribí un sms a Graciela, informándole de cómo había ido la tarde. Estaba fuera de Madrid, dando una charla y no quería molestarla. A las ocho, al ver que tenía contracciones cada 3 minutos, aún casi indoloras, la llame. Fuera de cobertura. Le escribí otro mensaje y volví a intentar localizarla varias veces. Poco a poco, las contracciones comenzaban a ser más intentas y hubo un momento en que me preocupó no localizarla, para quedarme tranquila y meterme en el planeta parto de lleno.

Llegó Fernando y se encargó él de localizarla. Yo quería estar sola, ir acostumbrándome a encajar las contracciones de forma tranquila. Seguía sonando música en la oscuridad. Entre contracción y contracción me movía mucho, bailaba, desentumecía el cuerpo, paseaba por la casa, bebía agua. A las nueve no habíamos localizado a Graciela, así que Fernando llamó a Emilio. Todavía le dijo que creíamos que estaba de parto. Yo estaba segura de que ya lo estaba, a pesar de no sentir excesivo dolor. Mientras hablaba con Emilio, yo dí cuenta de un bocadillo de tortilla francesa que Fernando estaba cenando. Me sentó genial. A partir de ahí, volví a mi cueva oscura. Comenzó a molestarme cualquier luz, incluso la del flexo que Fernando tenía encendida en la habitación contigua. Salí a apagarla y ahí sí noté que las contracciones comenzaban a ser fuertes. Cuando llegaban, cada tres minutos o menos, era incapaz de hacer cuentas en esos momentos (miraba el reloj de vez en cuando, pero mi mente no estaba segura de contar bien), respiraba profundamente y emitía un sonido gutural con la boca, que mantenía abierta. En mi mente se repetían frases oídas tantas veces en las clases de Génesis, encaminadas a conectar con el cuerpo, con las necesidades... Así, la voz suave de Alicia me decía que mi pelvis es un cuenco enorme, que abriendo la boca abría el canal del parto, que podía hacer espacio a mi bebé moviendo mis caderas... En cada contracción me movía cada vez más, sobre la pelota, me balanceaba sobre ella. Entre contracción y contracción me relajaba totalmente, no sentía ningún dolor. A veces me tumbaba, pero si me cogía la siguiente tumbada sentía un dolor horrible, así que tenía que ponerme de rodillas de nuevo justo al inicio de la contracción. A las nueve y media llamó Emilio para preguntar qué salida de la M30 debía coger. Contesté yo el teléfono, ya que estaba en la mesita de noche, pero al oir la pregunta, se lo pasé inmediatamente a Fernando, que entraba en la habitación. Si no sabía calcular cada cuanto tenía una contracción, mucho menos dónde vivía. Llegó enseguida, y recuerdo que se situó en una esquina de la habitación durante un rato, observando simplemente. En una de las contracciones que me pilló tumbada, me dio palabras de ánimo, me dijo que me dejara llevar por el dolor. Tenía que ir a Urdimbre a por el material para el parto. Yo echaba de menos la piscina, me apetecía tomarme un baño caliente y estaba algo contrariada porque tuviese que ir a buscarlo todo, aunque sabía que venía de su casa. Me duró dos segundos esa necesidad.
En ese momento, las contracciones se hicieron muy intensas. Sentía dolor, pero no sufrimiento. Sabía que tenían que seguir subiendo en intensidad y sobre todo en duración. Venían cada tres minutos, pero duraban poco. O al menos eso me parecía, ya que no sentía en ningún momento que no pudiera aguantar el tiempo que duraban. Llamé a Fernando para que estuviera conmigo y me masajeara en la zona de los riñones. No me dolía, pero me aliviaba que ejerciera presión. Cada vez le pedía que la presión fuera mayor, la necesitaba. En la pelota ya no podía estar, ya que sentía mucha presión, ganas de empujar, así que encajaba las contracciones tumbada o a cuatro patas, moviéndome sin parar, gimiendo como un animal, así me sentía en realidad. Viendo que la piscina no llegaba, le dije que fuéramos a la ducha. En ese momento, sobre las 10, llegó Susana, otra matrona. Recuerdo pasar de largo por el pasillo camino del lavabo sin decirle nada. No sabía qué hacía allí. Sabía que Graciela había ido a descansar un poco tras el día que había tenido y que sobre medianoche vendría, para continuar con el parto, pero a Susana no la conocía. En la ducha noté que el tipo de contracción había cambiado por completo. Sentía que tenía que empujar, creía que tenía que hacer caca, en realidad. Pensaba que estaría de unos 4-5 cm y qué inoportunas me resultaban esas ganas de defecar.
Salí rápido de la ducha y Susana me dijo, mientras andaba por el pasillo que aliviara las caderas. Al llegar a la habitación encendió una lámpara de la mesita y me dijo si quería que me hiciera terapia craneosacral. Le dije que sí. Me molestaba la lámpara, pero me corté de decirle nada. Intenté tumbarme en la postura que me decía, pero era imposible, mi cuerpo se arqueaba y necesitaba empujar. Se lo dije y me dijo que hiciera lo que el cuerpo me estaba pidiendo, que me dejara llevar. Yo seguía pensando que estaría a la mitad del parto y le dije que todavía me quedaba mucho, que no podía ser que estuviese pujando. No podía hacerme un tacto por no tener guantes. Salió de la habitación y llamó a Emilio, que ya llegaba con todo y le dijo que estaba pujando. Fernando, que sabía de mis ganas de dilatar en la bañera, fue lo primero que le pidió a Emilio y se puso a montarla. Emilio dijo que no sabía si iba a dar tiempo a montarla para parir en el agua. Yo dije, con voz de ultratumba, que no quería parir en el agua, sino dilatar allí. Susana iba a hacerme un tacto, pero notó la cabeza. "Estás en completa y con expulsivo en fase dos", creo que me dijeron. Con voz de borracha, totalmente ida, le pregunté qué quería decir eso. Me puse de pie y toqué la cabeza de Teo. Me parecía increible y me dí permiso para empujar mientras gemía. En cada contracción sentía un gran alivio al empujar. Empujaba y empujaba. Sabía que pronto Teo estaría en mis brazos.
A partir de ahí, todo fue muy rápido. Me puse en el lateral de la cama, con las piernas abiertas y las manos apoyadas en la cama. En la siguiente contracción empuje casi de cuclillas. Recordé las visualizaciones que en Génesis hacíamos sobre el momento del parto. En mi parto imaginario estaba de rodillas, delante de un sofá. Era la cama, pero mi cuerpo me pedía seguir el camino que había imaginado. Me puse de rodillas. Emilio, Susana y Fernando estaban a mi espalda, observando en silencio. Fernando de repente fue a por más empapadores. Emilio dijo que un par de pujos más y llegaba. Yo notaba que en el siguiente salía y no estaba Fernando. Grité su nombre. Le dio tiempo a llegar. Sentí la cabeza de Teo deslizarse y con ella todo el cuerpo, de forma rápida. Lo recogí y me lo llevé al pecho. Él emitió una especie de llanto que cesó cuando lo tuve bien sujeto. Eran las 11:41 de la noche.
Me ayudaron entre todos a ponerme en una alfombra. Emilio trajo la pelota de dilatación y la puso apoyada en el armario. Me recosté sobre ella y me sentí muy cómoda, con Teo en brazos. Estaba pletórica, pero aún no creía que todo pudiese haber sucedido tan rápido. El cordón tardó unos minutos, quizás 10, no estoy segura, en dejar de latir. Lo cortó Fernando con unas tijeras de cocina que daban miedo de verlas. Al cortarlo saltó algo de sangre y por un instante pensé que le habíamos hecho daño a Teo. Comenzó a buscar el pecho, torpemente aún. Emilio y Susana nos dejaron solos para que disfrutáramos de esos momentos. Nos abrazamos y lloramos de emoción. Ha sido increible, repetíamos. Fernando encendió la luz para hacer una foto, pero a Teo no le gustó nada, así que la hizo con la luz de la lámpara. Debo a una amiga el poder vernos en esos momentos, ya que salió muy oscura. Al cabo de media hora sentí que bajaba la placenta y salía.
Susana cogió a Teo mientras Emilio y Fernando se disponían a ayudarme a levantarme para ir a la cama. No hizo falta, me sentía bien y pude hacerlo yo sola. Nos tumbamos en la cama abrazados, mientras examinaban la placenta. Al cabo de un buen rato según mi memoria, comenzamos la operación limpieza. Susana me limpió. Intentaron pesar a Teo, pero justo se acabó la batería de la pesa. Emilio me examinó. Había un desgarro. En principio no me lo iba a coser, esperó al día siguiente para estar seguro. Fue lo que más me ha dolido de todo el parto y con lo que se me oyó dar gritos, a pesar de la anestesia que me puso. Y es que mi umbral de dolor es muy bajo en mi vida diaria.
Cuando se fueron, nos quedamos los tres en casa. Deseaba que Laia estuviese allí. Fernando me preparó un zumo de naranja que bebí mientras comía un donut. Estaba en la gloria. Me levanté para ducharme y al volver sentía que me mareaba. Justo llegar a la cama perdí el conocimiento durante 10 segundos aproximadamente. Pero me tumbé y volví a sentirme pletórica. Teo mamó un ratito y se quedó dormido a mi lado. Eran las tres de la mañana y no despertaría hasta las nueve. Padre e hijo durmieron toda la noche, pero yo era incapaz. Me sentía en lo alto de una cima, feliz, observando a mi bebé, recordando cada minuto del parto, en el que no hubo ni un amago de sufrimiento, sólo el dolor de mi cuerpo abriendo camino a la vida.
Quiero dar las gracias a Emilio, a Graciela (que llamó sobre las 12 de la noche para venir pensando que aún quedaba una noche de parto por delante), a Susana y al grupo Génesis. Con ellos he sentido la confianza suficiente para tener a mi hijo en casa. No puedo imaginar otro lugar para darle la bienvenida.